Las Fiestas -con mayúscula- de todos los pueblos,
tuvieron su origen en el instinto de supervivencia del hombre, cuya
consciencia le situaba al socaire o amparo de los designios de la
naturaleza -o Divinidad-, en la cual, pensaba o creía, poder influir
mediante plegarias, sacrificios, cánticos y otros muchos ritos, ahora
incomprensibles e incomprendidos en
la mayoría de los casos.
Por regla general, los ciclos de recolección de las
cosechas, o periodos de maduración de los vegetales silvestres, marcaron las
fechas de celebración de los festejos, en los que el hombre, mediante los ritos
mágicos, agradecía a los dioses la buena cosecha, la caza cobrada, o la salvación de la plaga casi periódica.
Las fiestas celebradas en fechas distintas a las
mencionadas, se instituyeron con posterioridad y su carácter es
marcadamente
evocador, bien por motivos religiosos muy evolucionados, bien por
acciones bélicas victoriosas o por otros sucesos dignos del recuerdo
colectivo.
La catástrofe inesperada, la ausencia de caza o la
exigua recolección, no supuso olvido del dialogo entre el hombre y la Divinidad
muy al contrario, la cita sagrada era puntual y las manifestaciones mágicas se
duplicaban en aquellos casos por el temor.
Una vez realizados los ritos de suplica, al hombre
ya no le quedaba otra cosa que esperar los resultados (la respuesta de
los dioses) que, dado el carácter benéfico de la Divinidad adorada,
vendrían por fuerza a prolongar la abundancia disfrutada, o a cortar de
raíz el hambre o calamidad padecida. De cualquier modo, la espera era
optimista, dado que el hombre
así necesitaba creerlo... y porque ya había hecho cuanto estaba en su
mano para
conseguir el favor divino.
Este convencimiento, engendraba y activaba al instinto lúdico del hombre: el juego, como vehículo de comunicación y desarrollo,
en el que la fantasía y la ingenuidad, mezcladas a partes iguales, se recreaban
multiplicando formas y volúmenes alcanzando cotas que entraban en la esencia de
lo sublime y lo grotesco.
Muchos de los festejos realizados en la actualidad
(desde las danzas, los juegos o las procesiones), no son otra cosa que
la pantomima gesticulante que resta de los ritos mágicos que envolvían
la esencia
primitiva.
He dicho al principio de este apartado, que el motivo engendrador de los
festejos era el "instinto de supervivencia del hombre",
lo cual debería traducirse por hambre, a secas. Porque la primera y
máxima angustia del hombre es no tener el estomago lleno... o no saber
cuando podrá llenarlo.
De ese principio inexorable surgió la delimitación
de territorios y riquezas, el comercio y muchas malas ideas derivadas de la inseguridad, como la ostentación y la tiranía.
Dejemos a un lado si el comercio (hoy arma o herramienta de los
poderosos) fue en principio invento y patrimonio de los pequeños
agricultores por necesidad de intercambiar sus productos para subsistir,
cuyas ventajas supieron aprovechar luego los otros; porque el caso es
que, desde tiempos muy remotos, los hombres salieron a los caminos a
vender o cambiar
sus excedentes y nacieron los mercados y las ferias.
Don Jose Antonio Conde, en su HISTORIA DE LA DOMINACION DE LOS ARABES EN
ESPAÑA, en el relato tomado de los historiadores árabes
expone que Alhaquen, "mando empadronar los pueblos de sus estados y
había en
España seis ciudades grandes, capitales de las capitanías; ochenta de
mucha población, trescientas de tercera clase y las aldeas, lugares,
torres y alquerías
eran innumerables; solo en las tierras que riega el Guadalquivir, había
doce
mil... Se beneficiaban muchas minas de oro, plata y otros metales por
cuenta
del rey, y otras por particulares en sus posesiones; eran muy ricas las
de los
montes de Jaén, Bulche y Aroque, y las de los montes del Tajo en
Algarbia de
España... En la laga paz que mantuvo el rey Alhaquen, se fomento la
agricultura
en todas las provincias de España; se labraron acequias de riego en las
vegas
de Granada, Murcia, Valencia y Aragon; Se construyeron albuferas o lagos
para
riegos, y se hicieron diversas plantaciones de toda especie, como
convenía a la
calidad y clima de las provincias... Los mas ilustres caballeros se
preciaban
de cultivar por sus manos sus huertas y so holgaban los caides y
alfaquies en
la apetecible sombra de los parrales; todos iban al campo y moraban en
las aldeas dejando las ciudades, cuales en la florida primavera, cuales
en el otoño
y al tiempo de las vendimias. Muchos pueblos, siguiendo su natural
inclinación,
se entregaron a la ganadería y trashumaban de unas provincias a otras,
procurando a sus rebaños comodidad de pastos en ambas estaciones".
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