viernes, 2 de agosto de 2013

Las Fiestas de Almansa

Las Fiestas -con mayúscula- de todos los pueblos, tuvieron su origen en el instinto de supervivencia del hombre, cuya consciencia le situaba al socaire o amparo de los designios de la naturaleza -o Divinidad-, en la cual, pensaba o creía, poder influir mediante plegarias, sacrificios, cánticos y otros muchos ritos, ahora incomprensibles e incomprendidos en la mayoría de los casos.

Por regla general, los ciclos de recolección de las cosechas, o periodos de maduración de los vegetales silvestres, marcaron las fechas de celebración de los festejos, en los que el hombre, mediante los ritos mágicos, agradecía a los dioses la buena cosecha, la caza cobrada, o la salvación de la plaga casi periódica.

Las fiestas celebradas en fechas distintas a las mencionadas, se instituyeron con posterioridad y su carácter es marcadamente evocador, bien por motivos religiosos muy evolucionados, bien por acciones bélicas victoriosas o por otros sucesos dignos del recuerdo colectivo.

La catástrofe inesperada, la ausencia de caza o la exigua recolección, no supuso olvido del dialogo entre el hombre y la Divinidad muy al contrario, la cita sagrada era puntual y las manifestaciones mágicas se duplicaban en aquellos casos por el temor.

Una vez realizados los ritos de suplica, al hombre ya no le quedaba otra cosa que esperar los resultados (la respuesta de los dioses) que, dado el carácter benéfico de la Divinidad adorada, vendrían por fuerza a prolongar la abundancia disfrutada, o a cortar de raíz el hambre o calamidad padecida. De cualquier modo, la espera era optimista, dado que el hombre así necesitaba creerlo... y porque ya había hecho cuanto estaba en su mano para conseguir el favor divino.

Este convencimiento, engendraba y activaba al instinto lúdico del hombre: el juego, como vehículo de comunicación y desarrollo, en el que la fantasía y la ingenuidad, mezcladas a partes iguales, se recreaban multiplicando formas y volúmenes alcanzando cotas que entraban en la esencia de lo sublime y lo grotesco.

Muchos de los festejos realizados en la actualidad (desde las danzas, los juegos o las procesiones), no son otra cosa que la pantomima gesticulante que resta de los ritos mágicos que envolvían la esencia primitiva.

He dicho al principio de este apartado, que el motivo engendrador de los festejos era el "instinto de supervivencia del hombre", lo cual debería traducirse por hambre, a secas. Porque la primera y máxima angustia del hombre es no tener el estomago lleno... o no saber cuando podrá llenarlo.

De ese principio inexorable surgió la delimitación de territorios y riquezas, el comercio y muchas malas ideas derivadas de la inseguridad, como la ostentación y la tiranía.

Dejemos a un lado si el comercio (hoy arma o herramienta de los poderosos) fue en principio invento y patrimonio de los pequeños agricultores por necesidad de intercambiar sus productos para subsistir, cuyas ventajas supieron aprovechar luego los otros; porque el caso es que, desde tiempos muy remotos, los hombres salieron a los caminos a vender o cambiar sus excedentes y nacieron los mercados y las ferias.

Don Jose Antonio Conde, en su HISTORIA DE LA DOMINACION DE LOS ARABES EN ESPAÑA, en el relato tomado de los historiadores árabes expone que Alhaquen, "mando empadronar los pueblos de sus estados y había en España seis ciudades grandes, capitales de las capitanías; ochenta de mucha población, trescientas de tercera clase y las aldeas, lugares, torres y alquerías eran innumerables; solo en las tierras que riega el Guadalquivir, había doce mil... Se beneficiaban muchas minas de oro, plata y otros metales por cuenta del rey, y otras por particulares en sus posesiones; eran muy ricas las de los montes de Jaén, Bulche y Aroque, y las de los montes del Tajo en Algarbia de España... En la laga paz que mantuvo el rey Alhaquen, se fomento la agricultura en todas las provincias de España; se labraron acequias de riego en las vegas de Granada, Murcia, Valencia y Aragon; Se construyeron albuferas o lagos para riegos, y se hicieron diversas plantaciones de toda especie, como convenía a la calidad y clima de las provincias... Los mas ilustres caballeros se preciaban de cultivar por sus manos sus huertas y so holgaban los caides y alfaquies en la apetecible sombra de los parrales; todos iban al campo y moraban en las aldeas dejando las ciudades, cuales en la florida primavera, cuales en el otoño y al tiempo de las vendimias. Muchos pueblos, siguiendo su natural inclinación, se entregaron a la ganadería y trashumaban de unas provincias a otras, procurando a sus rebaños comodidad de pastos en ambas estaciones".


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